MORALES. SISTEMAS
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       Existen variadas actitudes morales ante la vida, ante los actos humanos, ante las leyes, ante el modo de entender y atender la conciencia. Significa esto que hay diversidad de ideales morales y de respuestas de la conciencia.
   Unos quieren gozar y otros quieren servir. Unos confían en la razón y otros prefieren regirse por el instinto. Algunos se declaran independientes en sus juicios o otros preguntan a los que consideran mejor preparados para dar respuestas a los interrogantes. Muchos, antes de obrar, piensan en lo que Dios quiere. Otros prefieren seguir sus gustos sin contar para nada con las ideas y creencias religiosas.
   Esto quiere decir que es de la máxima importancia el educar bien la conciencia, iluminar la inteligencia y fortalecer la voluntad, para que cada uno elija con responsabilidad en medio del gran abanico de caminos, ofertas o juicios morales en medio de los cuales se halla.


 
 

1. Actitudes y sistemas

    La moral es el conjunto de principios o de criterios que, a la luz de una fe concreta, permiten diferenciar el bien del mal, lo que se puede y debe hacer y lo que no se puede y no se debe hacer en cada caso.
   Las actitudes morales han sido muchas a lo largo de la Historia y son muchas las que surgen entre los hombres de hoy. Las unas proceden de la refle­xión serena, profunda, sistemática, filosófica, a la cual puede llegar el hombre inteligente. Otras se hallan inspiradas por las diversas creencias religiosas que se ofrecen a los hombres que se heredan del pasado por aceptación tranquila de lo aprendido o tal vez se construyen subjetivamente al estilo de las supersticiones.

   1.1. Qué es sistema moral

   Es el conjunto de principios morales que dan sentido a la vida de los hom­bres sobre la tierra. En cuanto conjunto de principio es teórico. Es sindéresis, (en griego, discreción, reflexión recta). En cuanto ilumina la conciencia y la mueve a la acción, es acción, invitación.
   Cada sistema moral se ha de enfren­tar con hechos esenciales como el amor, la guerra, la propiedad, el progre­so, la familia, las leyes, la autoridad, el culto, la convivencia, el honor, los compromisos, etc.
   Son variadas las posturas y las preferencias morales que se han dado entre los hombres y los pueblos, pues resulta normal que seres inteligentes y libres piensen y sienta de manera diferente cuando se discierne lo que se debe y no se debe pensar, decir y hacer.
   Los sistemas morales reflejan la libertad y la variedad. Todos enseñan o sugieren posturas u opciones ante tres cuestiones básicas de moral: la libertad, el deber, la responsabilidad.
   - El sentido de la libertad conlleva el preguntarse si los propios actos humanos son verdaderamente acciones irresistibles o son decisiones propias.
   Según el sistema moral que predomina en la mente de quien las valora, se aprecian los actos propios y ajenos como responsables o se asumen como hechos fatalmente irremediables.
   - El sentido del deber mueve a juzgar la obligación de actuar o no actuar como una consecuencia de la inteligencia y de la voluntad en la persona. Se miran los actos y las normas como objetos de reflexión y de elección, no como acontecimientos ocasionales en la vida.
   La responsabilidad ante el deber conlleva la capacidad de establecer relación entre los actos y las leyes, entre las acciones y sus consecuencias. Por ella la conciencia diferencia el bien y el mal.
   - El sentido del orden, o de la ley, implica además interrogantes serios sobre por qué algo es deber o no lo es: cultos, signos, plegarias. Ese algo interior que lleva al orden, mueve a preguntarse dónde termina la ley natural común a todos los hombres y dónde comienzan las creencias religiosas de cada uno.
   Los sistemas mora­les se enfrentan con la triple realidad que interroga la conciencia: libertad, conciencia, orden. Y ayudan a dilucidar por qué existen, qué valor tienen y hasta qué punto se deben tener en cuenta en las propias elecciones o decisiones.

   2. Pluralidad moral
 
   Según el modo de entender estos tres elementos, los hombres siguen diversos caminos, opiniones o formas de comportamiento. Por eso hay sistemas o planteamientos morales múltiples.
   Aun­que son muchas las clasificaciones tradicionales que se han formulado, los podemos agrupar con doble óptica: desde la perspectiva racional; y desde una iluminación religiosa.
   Hay sistemas que el mismo hombre configura con su reflexión y su sentido común. Y hay sistema morales que son fruto de las reflexiones y de la lógica. Y hay creencias que originan sistemas.

   2.1. Morales filosóficas

   Los sistemas basados en la sola reflexión conducen a muy diferentes conclusiones sobre la vida, el hombre, la sociedad, la naturaleza, el porvenir.
   Algunos pueden ser los siguientes:

   2.1.1. Materialismo y hedonismo.

   Consideran al hombre sólo animal, como materia viva. No puede hacer otra cosa que seguir sus instintos biológicos. Lo bueno y lo malo depende de lo vital: sobrevivir, gozar, desarrollarse, reproducirse, competir con los demás...
   El principio ético de los materialistas y hedonistas es nuestra animalidad. Somos seres vivos evolucionados y con capacidad de pensar y tal vez de elegir.
   Nues­tros actos responden sólo a las fuerzas vitales: las individuales y las de la especie humana.
   Sistemas materialistas fueron el marxismo (C. Marx 1818-1883 en "La mise­ria de la filosofía"), inspirado en el biologismo de Juan Bta. Lamark (1744-1829) con obras como "Filo­sofía Zoológica".
   La moral evolucionista cristalizó con H. Spencer (1820-1903) en planteamientos evolucionistas expuestos en libros como "Sistema de Filosofía sintética"; o con el transfor­mismo de C. Darwin (1809-1882) en libros como "El origen del hombre". Más adelante, se afianzó esta moral con las actitudes de S. Freud (1886-1951) en obras como "Psicopatología de la vida cotidiana".

   2.1.2. Pragmatismo y positivis­mo

   Como sistemas, tienden a reducir la moral a la opinión y a la costumbre, al gusto y al interés del momento, dando la primacía a la opinión mayoritaria sobre la misma razón.
  Los positivistas se polarizan en la explicación fría de los hechos. Así actúan Augusto Comte (1789-1853) en "Curso de filosofía positiva" y Emilio Durkheim (1858-1917) en libros como "La educación moral".
   El utilitarismo moral fue defendido por diversidad de autores que coinciden en dar a la utilidad y a lo inmediato la mayor importancia ética. Consideran bueno lo útil y malo lo que todos rechazan. Los pragmatistas aluden constantemente a la opinión de la mayoría para diferenciar lo correcto de lo incorrecto, lo que se puede o debe hacer de lo que no se puede o debe hacer. El utilitarismo de W. James (1842-1910) en "El sentido de la verdad" y el de John Dewey (1859-1952) en "Naturaleza y conducta humana", reflejan un fuerte subjetivismo que se acerca al materialismo.

   2.1.3. El Naturalismo

   Se apoya más en los sentimientos que en la razón. Identifica la moral con el gusto por el bien y el mal, lo bello o lo feo, lo conveniente o lo inconveniente. Nuestra sensibilidad es la que valora los actos y las actitudes. Los naturalistas hacen de la moral simple fruto de la sensibilidad que tenemos.
   Juan Locke (1632-1704) lo plantea con claridad en "Razón de ser del cristianismo" y Juan Jacobo Rousseau 1712-1778) lo desarrolla y populariza en "El Emilio".
   Autores como David Hume (1711-1776) en "Tratado de la naturaleza humana" lo quieren elevar a la categoría de axiomas. Y otros, como Voltaire, pseudónimo de Francisco María Arouet (1694-1778), lo quieren hacer indiscutible en su escrito "Del alma".
   Cierta línea negativa se asoció siempre al naturalismo. Cierto pesimismo había nacido con Tomas Hobbes (1588-1679) en “Leviathan” y el carácter religioso surgió con Blas Pascal (1623-1662) en "Tratado sobre la vida". Culminó con Arturo Schopenhauer (1788-1860) que lo matizó con un pesimismo trágico ante la vida, tal como lo expone en "El mundo como voluntad de representación".



   2.1.4. Racionalismo.

   Es una actitud que mira al hombre como ser dotado de inteligen­cia y hace de la moral el resultado de la propia reflexión. La mente analiza las cosas con sus solas luces y saca con­clusiones. Diferen­cia el bien del mal, sólo por ser capaz de reflexionar.
   Los racionalistas consideran que el hombre actúa por algo más que por los instintos. Pero le basta la razón para diferenciar el bien del mal.
   Renato Descartes (1596-1650) en "Tratado de las pasiones del alma" había formulado las primeras exigencias de una moral "independiente" de las creencias religiosas. Pero, sobre todo con Manuel Kant (1724-1804), llega a su plenitud con sus actitudes en favor de una Etica autónoma, formulada en su "Critica de la razón práctica" y sobre todo en "Metafísica de las costumbres".
   El "apriorismo kantiano, o moral autó­noma" (contraria a heterónoma, dependiente de una Ser Superior), se basa en el imperativo categórico como criterio único de moral. Imperativo categórico (absoluta) es diferente de "hipotético" (condicional, si Dios existe, si lo manda...) La fórmula es simple: "Hacer lo que hecho por todos, produce orden; no hacer lo que si todos repiten, engendra desorden". Y esto, por simple lógica y conciencia.
 
  2.1.5. Sistemas dialécticos

   La moral racionalista de Kant abre la puerta a la visión dinámica, polémica y dialéctica de los seguidores.
   El primero es Juan Teófilo Fichte (1762-1814), en libros como "Sistema moral", en donde se fundamen­tan las actitudes morales del "gentleman" (el hombre honrado), el que tiene la fuerza en la elegancia; del mismo modo Federico Guillermo Schelling (1775-1854) pone la razón del obrar en la naturaleza interior y exterior, en libros como "El yo como principio de la Filosofía".
   El extremo de la actitud dialéctica lo representa Guillermo Hegel (1770-1831), con libros como "Fenomenología del Espíritu", en donde sitúa el bien en la acción y el mal en la renuncia al obrar. Acción dialéctica es sinóni­mo de progre­so dinámico y energía.
  Sus interpretaciones y aplicaciones más extremas se desarrollan en autores éticamente neuróticos, como Federico Nietzsche (1844-1990), con su brillante estilo literario, pero con sus planteamientos morales destructores, los cuáles es expresan en libros agresivos al estilo de "Más allá del bien y del mal", "La voluntad de poder" o "Así habló Zarathus­tra".

 2.1.6. Vitalismo moral

  Cercano ya el siglo XX se desarrollaron corrientes y sistemas morales vitalistas. W. Dilthey (1833-1911) es un iniciador del vitalismo ético, con libros como "Introducción a las ciencias del Espíritu". 
   Enrique Bergson (1859-1941) es su  mejor exponente de la moral vitalista. Ideas suyas están en "Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia".
   Los estilos vitalistas abren la puerta a los grandes promotores de la Moral de los valores. Así actúa Max Scheller (1899-1928) creador de la "axiología" o filosofía de los valores en sus escritos, como "El formalismo de la Etica y la Etica de los valores". Y del mismo modo reflexiona Luis Lavelle (1883-1951) en su "Tratado de los valores".
  Ese vitalismo se abre luego en los movimientos personalistas, cuyo mejor promotor fue Manuel Mounier (1902-1950) desde su Revista "El Espíritu" o con sus libros sobre "El personalismo".

   2.1.7 Existencialismo

  Otra orientación adopta la moral relativista del Existencialismo en sus diversas corrientes. La más seria y coherente fue la de Martín Heidegger (1889-1976) con sus hermosos tratado "Ser y Tiempo".
   Y las más abiertas a la trascendencia son las de autores cristianos como Gabriel Marcel (1899-1973) con escritos como "Ser y Tener", totalmente opuesto a la moral nihilista y grosera de J. P. Sartre. (1905-1980) con obras literarias nefastas al estilo de "Las moscas" Y con tratados reflexivos como "El ser y la nada".

   2.1.8. Espiritualismo.

   Sistemas morales más sutiles son los que vinculan las moral con actitudes místicas al estilo de Gandhi (1869-1948), que se expresan en escritos hermosos como "Mi experiencia con la verdad" y sobre todo con su vida orientada al paci­fismo, la libertad y la fraternidad humana.
   Pero son muchos otros los que han cultivado una moral sutil y espiritual: antropólogos como Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), con libros como "El fenómeno humano"; teólogos como Die­trich Bon­hoeffer (1906.1946), en escritos como "Vida de comunidad", o sociólogos como Martín Buber (1878-1865), con Eticas como "El problema del hombre."
   Todos ellos asocian el deber con realidades espirituales y trascendentes, sin caer en la tentación de limitarse a dimen­siones meramente antropocéntricas. Hablan de una fuerza superior y su­til, grabada en el interior en nuestra perso­nalidad, nos indica la dife­rencia entre el bien y el mal. Más por intuición que por razón, advertimos que las cosas son buenas o malas. Es Dios quien ha grabado en nuestro espíritu la distinción entre lo que santifica y el pecado.

   

 

   2.2. Morales religiosas

   Con todo, tenemos que recordar que los hombres viven también de creencias y no sólo de conclusiones lógicas.
   Las diversas religiones han sido siempre motores de estilos de vida y de comportamiento de diverso signo, según el fondo de sus dogmas y las perspectivas que plantean.

   2.2.1. Hinduistas y budista

   La moral hindú se basa en el amor a la vida, a la autoridad, a la intervención de los dioses sobre la existencia de los seres humanos. Es una moral vitalista, tendente a cultivar la esperanza y a mirar la marcha de los pueblos y de los individuos de forma resignada.
   El hinduismo identifica el bien y el mal con el cumplimiento de los deberes de cada casta o nivel de vida. El budismo, sin embargo, se detiene más en la igualdad humana y en la compasión.
  En sus diversas formas y grupos, los budistas se hallan más cerca de las exigencias de la naturaleza y por eso cultiva la compasión, la benevolencia con él prójimo, el respeto al orden y a la autoridad familiar.

   2.2.2. Taoísta y confucionista

   Son más bien sistemas de convivencia apoyados en el orden y en la autoridad, que religiones dogmáticas y míticas. Su moral, menos vitalista y más pragmática, se orienta a promover la obediencia y la resignación. Asumen para el hombre posturas que asocian lo pragmático con lo enigmático.
   Más que moral de principios personales se orientan a promover disciplina de vida para beneficio de los poderes civiles, militares o religiosos.
   Se aferran a la justificación de las desigualdades por la exigencia de fuerzas cósmicas, con frecuencia divinizadas (el ying y yang), para conseguir la sumisión.

   2.2.3. Moral Maniquea

   Heredera del zoroastrismo, coincide con él en la recomendación exigente de poner al servicio de las fuerzas buenas para que predominen sobre las fuerzas malas. El sentido dualista de la vida, de la naturaleza y de mismo hombre, conllevan la elección del principio del bien y la renuncia al principio del mal
   Los ecos de estas creencias dualistas sobre la conducta se convierten en eco de la divinidad presentada siempre en forma dual (Ormuth y Arimahan).

    2.2.4. Moral judaica

    Se desarrolló durante cuatro milenios, con una diversidad portentosa de matices y de influencias. El cristianismo y el mahometismo le serían luego deudores de los grandes principios monoteístas y de las actitudes creacionistas y providencialistas que se hacen presentes en sus actitudes básicas de orden, autodominio, honradez y amor al prójimo.
   La conciencia de elección divina que cultivó siempre el Pueblo de Israel y la respuesta agradecida, junto con el arrepentimiento por los descarríos colectivos, más que personales, hizo de la moral israelita algo primordial, teocéntrico y transcendente.
  El eje vertebrador de su sistema moral es el orden reve­lado por la divinidad suprema y creadora. Una serie de normas positivas, la Ley del Sinaí, que rige la vida de los creyentes hasta hoy, y los diversos códigos sacerdotales y litúrgicos que centraron la vida del Pueblo en el culto, fue lo más significativo.
 
   2.2.5. El cristianismo
 
   El cristianismo, en todas sus formas, añadió a la Ley del Sinaí, al Decálogo, la plenitud de la Revelación de Cristo.
   Asumió todo el Antiguo Testamento, pero lo completó con una nueva alianza: la del amor que se desarrollaría en diversas formas a lo largo de dos milenios. Pero todos los modelos cristianos, ortodoxos, protestantes, anglicanos o católi­cos, coinciden en la moral básica de la lucha contra el mal y del amor a los hermanos los hombres.
   Las actitudes varían con la culturas, con los tiempos y con lo lugares. Pero todas las formas morales cristianas coinciden en la necesidad de ajustar la propia conducta a los reclamos de la razón sobre el instinto, a buscar la victoria del altruismo sobre el egoísmo y a la iluminación de la vida por la fe y la esperanza en el más allá.
   La revelación y la razón, en lo referente a la vida moral, tienden a conjuntarse con armonía y benevolencia. Sin embargo, hay principios básicos en la moral cristiana que superan toda lógica humana y reclaman la luz de la fe: esperanza en una vida personal superior, confianza en la Providencia, perdón de los enemigos, renuncia a las riquezas por el bien ajeno, debe de conservar la fe incluso a costa de la vida.
   Son principios que siempre laten en la conciencia cristiana, aunque las pulsiones naturales sean más fuertes con frecuencia en los creyentes que los reclamos de la palabra evangélica

  2.2.7. Mahometismo

  Algo similar acontece con el mahometismo en lo esencial de la creencia islámica. El deber de la limosna y de la ora­ción, la compasión y el arrepentimiento de los propios pecados, el ayuno y la plegaria cotidiana, armonizan la moral personal con la comunitaria, aunque sus procesos evolutivos en ética no hayan progresado tanto como los acontecimientos morales entre los cristianos (valoración de la mujer, respeto a la libertad individual, apertura a las otras religiones y creencias, etc.)
   El sentido del orden divino y la continua alusión a los grandes designios de Alá, transmitidos por el profeta Mahoma, iluminan la conducta y la convivencia del os creyentes en "El libro". Y se hallan, desde luego, muy lejos de los fanatismos desencadenados posteriormente en amplios sectores del mundo musulmán

 

 

   La normativa del Profeta, la directiva del Corán, se halló siempre como referencia fundamental los comienzos de la vida del creyente, matizada por la autoridad religiosa que interpreta y proclama la voluntad divina.
   La misma índole tradicionalista del mahometismo contribuye a que, aliada con otras causas (pobreza y discriminaciones económicas, incultura social que mantiene el predominio religioso y las intromisiones políticas de los clérigos, etc.), a que ciertos renacimiento de fana­tismos políticos y éticos entre los seguidores del Profeta de la Meca, alarmen hoy a muchos pensadores inspirados en otros credos, lo cuales observan con incomprensión e incómodo las reticencias agresivas de muchos grupos mahometanos.

  3. Crítica católica a los sistemas

   Todo sistema moral se basa en el estudio del fin del hombre, con cuya definición se ha de contar para poder valor cada sistema. También se evalúa a la luz de las "formas humanas de actuar", que preconiza cada estilo moral. El sistema moral no ilumina cada acto, actitud o situación par­ciales. Esto es función de la conciencia. Pero analiza el conjunto de valores radicales en que ha de fundarse la actuación de la persona y ofrece criterios, pistas y estímulos para la acción honesta.
   El sistema moral tiene por misión iluminar, desde la razón o desde la fe, la conducta. Por eso es tan importante el discernir con acierto cuál es el mejor y el que más ayuda presta en la vida. Es precisamente la principal tarea del educador de conciencias libres.
   Por ejemplo, el nazismo, el marxismo, el hedonismo o el pragmatismo pueden presentarse como sistemas morales que dan claridad, y sin embargo son engañosos al no respetar el valor de la vida individual, la supremacía de la persona, la necesidad de la libertad.
   El naturalismo, el racionalismo, el liberalismo, el socialismo, pueden parecer agradables y clarificadores, como acon­tece en muchos jóvenes, y resultar insuficientes a la hora de la verdad, ya que en el hombre hay algo más que naturaleza, razón, libertad o convivencia.
   El misticismo, el espiritualismo y las utopías pueden presentarse en ocasiones con ofertar tentadoras para dar solución a los interrogantes de la conciencia y dejar, sin embargo, amargura, frustración y desconcierto a la larga.
   Importará analizar los principios que iluminan la vida del hombre, pero siempre desde una óptica plural y en armonía con las creencias religiosas.
El mejor sistema moral para cada uno es el que más compatible resulte con el destino eterno del hombre, el que más prepare para la convivencia solidaria, el que más luz ofrezca a la conciencia. El saber juzgar los sistemas morales con objetividad y seguridad, que es una de las tareas central de toda educación ética, supondrá resaltar tres elementos de referencia prioritarios

 

   3.1. Fin último del hombre

   El hombre ha sido creado para la vida eterna, no sólo para el presente. Cuando el hombre vive y actúa conforme a esa perspectiva, obra rectamente. Su comportamiento está en conformidad con su vocación eterna. Si se aparta de esos designios divinos y obra al margen de la voluntad de Dios, su comportamiento es inmoral. Representa un enfrentamiento de la criatura con el Creador.
   Por tanto, lo que hace buenos o malos los actos humanos es su conformidad o disconformidad con el fin último para el que el hombre ha sido creado.
   De ahí la importancia que tiene en la moral la perfecta delimita­ción del fin último, en cuya conformidad se ordenarán los fines próximos de todas las acciones humanas, para conseguir de ese modo ordenar los actos precisamente en cuanto medios conducente a los fines supremos del hombre. La moral no se entiende sin esta referencia al fin último del hombre.
   El fin último o supremo del ser racional no es algo que únicamente se construye o, se deduce, por reflexión filosófica, sino algo que ”intuye íntimamente” el hombre y que trata de vivificar desde el fondo del ser. Pero el hombre es libre para escoger el objetivo de su operación. Es también inteligente para poder descubrir cuál haya de ser este objetivo, tanto inmediato como último.

   3.2. Conciencia de libertad

   También el hombre ha sido hecho libre, es decir capaz de elegir y, por lo tanto, responsable de lo que elige.
   Supuestas la libertad y la inteligencia, será normal que haya diversidad de opiniones sobre el verdadero fin del ser humano. Son múltiples las interpretaciones sobre el sentido de la vida.
   Varían las actitudes y se podrá discutir ampliamente sobre cuál sea el sistema moral más acertado. Pero la libertad tendrá sus limitaciones, ante las exigencias de la naturaleza o ante los derechos de las personas.
   La diversidad de respuestas es señal de riqueza moral, de libertad, de sentido de la dignidad humana.
   No ha de extrañar a nadie, ya que la inteligencia humana es limitada y, sin la ayuda de la revelación divina, fácilmente se descarría de la verdad o la capta fragmentariamente.

   3.3. Moral positiva

  Importa caer en la cuenta de la dimen­sión positiva de la moral y superar planteamientos negativos. El hombre es protagonista y agente de la Historia, de la vida, del progreso, del propio desarro­llo. Por eso es responsable de sus elecciones. Visión insuficiente de los sistemas morales es la plantear las cuestiones y las consignas como si de un código de prohibiciones se tratara: no matar, no robar, no mentir, etc. La moral inteligente y auténtica tiene que ser más positiva que negativa: ayudar, colaborar, servir, cultivar la verdad, promover la libertad.  Un sistema moral que se limita a recordar listas de deber negativos, es pesimista, deprimente e inhibidor.

 

 

 
 

 

  4. Moral cristiana como sistema

   Todos los sistemas morales citados ofrecen aspectos fragmentarios de la realidad humana e impulsan a reflexionar sobre los princi­pios radicales en que se sustentan. La diversidad de planteamientos invita a investigar cuál puede ser el preferible.
   A la luz del mensaje evangélico, no hay duda de que la moral cristiana se presenta superior en dignidad y en coherencia a cualquier otro modelo. Los postulados cristianos son humanos y divinos, altruistas y persuasivos, exigentes y benévolos. Sin arrogancia, pero sin pusilanimidad, es preciso declarar su excelencia, mirados en si mismos y, sobre todo, comparándolos con todos los demás existentes.
   Lo específico de la moral cristiana, como sistema, es su vinculación con la persona de Cristo, que no es un Fundador religioso más en la Historia de las religiones, sino el original y único enviado de Dios para llevar a los hombres a la salvación.
  La grandeza de la moral cristiana está en que, teniendo la verdad traída al mundo por la Verdad eterna del Verbo, no preten­de nunca ser impositiva, sino oferente.
   Proclama caminos de salvación, pero no los impone a nadie. Reclama respeto a los hombres y es tolerante incluso con los que no quieren aceptar su mensaje ético y místico. Da razones del ser humano y en ellas funda el obrar.
   Pero no quiere ello decir, que los cristianos no sientan tentaciones y vacilaciones y en multitud de aspectos o planteamientos puedan llegar a descarríos morales. La Historia ha sido testigo de muchos desvíos e insuficiencia, de los que luego ha tenido que pedir perdón a la humanidad. Se duele sobre todo de no haber sabido proponer o imponer con más energía el verdadero amor recomendado por Jesús, sobre todo cuando los perjudicados fueron los más débi­les: por injusti­cias, violencias, discriminaciones, manipulaciones, etc.
   Pero el poderoso imán del Evangelio terminó siempre haciendo reflexionar a los cristianos sinceros y fueron poco a poco, como peregrinos en un valle de lágrimas, orientando su vida hacia la verdad evangélica, cuando moralmente no acertaron del todo en el camino.
   Por eso la moral cristiana reclamó cada vez con más claridad el rechazo de los fanatismos o de los misticismo, denunció la utopías o lo materialismo, resaltó el valor de las personas y de sus derechos naturales. Todos estos campos éticos fueron siempre centro de sus inquietudes
   Por encima de todo, la moral cristiana lleva al hombre a obrar conforme con lo que Dios espera de cada uno, lo cual ha manifestado en el don de su Revelación.
   Y pone en la perfección de ese obrar su razón de ser, ya que Dios es la perfección absoluta y el hombre se define como una criatura divina singular, a la que ha hecho por amor y sigue cuidando con amor.

 

5. Interrogantes éticos

   A la luz de estos criterios generales, el "sistema moral evangélico" se plantea y resuelve los interrogantes éticos que el hombre moderno se plantea.
   Los hombres están llenos de interrogantes éticos, porque son inteligentes y se sienten libres. Antes de hacer algo, se interrogan si está bien o mal. Los animales no se lo preguntan. No tienen conciencia. Sólo tienen instinto.
   El Concilio Vaticano II decía estas palabras: "En lo más profundo de su interior el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino que debe obedecer por que le viene de Dios. Su voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón. Le llama siempre a amar, a hacer el bien y evitar el mal. Esa voz, que es la conciencia, constituye el centro más secreto de su interior. Es el sagrario del hombre en el que está a solas con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de su ser". (Gaudium et Spes. 16)

   5.1. Los interrogantes antiguos

   Los interrogantes básicos han sido siempre los mismos: el dolor, la muerte, la vida, la sociedad, la familia, la trascendencia, etc. Los hombres se plantean esas cuestiones importantes en el terre­no religioso, pero también en el moral. En el primero sondean lo que Dios ha dichos y lo que la realidad es. En el aspecto moral descienden a las consecuencias que para la propia conducta esos interrogantes implican.
   La Iglesia, en cuanto seguidora de Jesús, ha asumido la misión de orientar la conciencia de los hombres ante esos interrogantes y ha queri­do siempre ayudar a diferenciar el bien del mal.
   Se siente comprometida en la tarea de formar su sensibilidad moral en función de lo que pide su razón y su libertad y, sobre todo, en relación a los grandes principios que laten en el Evangelio.
   Y no podemos olvidar que el espíritu de la moral cristia­na que la Iglesia defiende es el amor.
   Hasta los pensadores recientes han caído en la cuenta de la importancia que tiene el sentido del amor a Dios para valorar adecuadamente la vida. Y el valor moral del amor al prójimo, como luz orientadora de toda moral cristiana.
   El filósofo M. Dedoncelle, en su libro "Ciencia y Logos: reflexiones de una filosofía personalista", escribe: "Amor y persona me parecen intrínsecamente unidos. En el amor hay voluntad de pro­moción mutua, un deseo de ayudar al otro a ser una perspectiva universal, a poseer para darse, a no aislarse... Y si esto es justo, se sigue la continuidad de las personas. En el "tú" hay una fuente y no un límite del "yo". Y la vocación de ir al "tú" tiene en el "yo" una contrapartida: es el proceso de personificación laboriosa del "yo" por el que se hace mejor y más auténtico.  Por eso, la consolidación final de nuestras personas sólo puede explicarse por su contrapartida de existir una trascendencia divina. Solamente en Dios es donde las personas encuentran su última explicación".

   5.2. Los interrogantes nuevos

   En los tiempos recientes se han desencadenado revoluciones sin precedentes en la historia humana, que complican la dimensión ética de muchas de las respuestas que se dan.
   Se puede actuar sobre la vida y el hombre por encima de las leyes de la naturaleza: manipulación genética, separación de sexualidad y fecundidad, eutanasia, experimentos humanos, etc.
  Del mismo modo se pueden mecanizar respuestas humanas, que en otro tiempo reclamaban decisiones libres y hoy se pueden transferir las opciones a las variables tecnológicas de las máquinas: trabajo y producción, información selectiva, persecución de la delincuencia y del terrorismo, violación programada de la intimidad, regulación de la natalidad, etc.
   Y se establecen interrelaciones y compromisos mundiales sin precedentes en tiempos pasados: habilidades informáticas, planificaciones poblacionales solo en base a estadísticas, globalización de procesos sociales, laborales, económicos, sanitarios, sólo desde los hechos y no en función de los principios.
   Ante las revoluciones modernas (virtual, ecuménica, sexual, familiar, internética y cibernética), se corre el riesgo de que lo pragmático desplace a lo ético en la conciencia de los hombres.
   La ética cristiana se atrofia si se adopta como criterio la conveniencia del grupo y no la dignidad de la persona y si lo oportuno desplaza a íntimo, lo económico a lo espiritual, lo inmediato a los valioso.

 

 

   

  

   5.3. La Iglesia, mensajera moral

   La Iglesia, Jerarquía y Pueblo de Dios, asiste sorprendida a los nuevos planteamientos morales que se presentan ante los hombres: guerra, terrorismo, proce­sos de producción, desigual reparto de las riquezas, procesos emigratorios nuevos. Sabe que tiene que ofrecer a los hombres el mensaje evangélico y vacila al adoptar posturas claves en determinados campos relacionados con la liber­tad y la convivencia humana.
   Sin embargo debe presentar a los hombres siempre los preceptos de Jesús y no las opiniones de sus moralistas.
   Ha tratado siempre de llevar a los hombres el estilo vida de Jesús, que es lo mismo que decir la moral evangélica, y sabe que debe hacerlo también en la actualidad. El mensaje de Jesús, como forma de vida y como signo de salvación, tendrá que ser adaptado a los tiempos nuevos y a las diversas culturas actuales, sin alterar lo esencial.
   La Iglesia hará ese servicio a los hombres, pues el mismo Señor se lo ha confiado. Ella, como Comunidad formada por hombres, tendrá también que preparar sus normas y sus leyes, sin renuncias a lo que no es suyo, que es la Palabra de Jesús, de la que sólo es transmisora.
   Pero siempre tenderán a reflejar el amor al hombre como especial reclamo de la moral cristiana, el respeto a las conciencias, la preferencia por los pobres, el servicio al Reino de Dios.
  En un mundo como el nuestro, la Iglesia se empeña con interés en recordar­nos que la moral de Jesús reclama atenciones preferentes, que todos sus seguidores deben atender de modo especial.
   * La dignidad del hombre, por encima de su raza, de su nación, de su sexo o de su situación social es lo más importante. Hoy se olvida mucho el valor del hombre y es preciso recordar la ley del amor fraterno que Jesús pedía a sus seguidores.
   El hombre es hijo de Dios por haber sido creado inteligente, libre y llamado a la salvación. Cualquier atentado a su dignidad destruye el plan de Dios.
  * La vida cristiana es radicalmente comunitaria y por lo tanto la Iglesia defiende y promueve la solidaridad, la convivencia y la paz. El individualismo y el egoísmo van contra el Evangelio.
   En consecuencia la Iglesia recuerda el mensaje de Jesús sobre la fraternidad.
   * El hombre es peregrino y ha sido hecho por Dios para llegar a otra vida. No le basta una moral, que sólo se quede en la convivencia humana y en la promoción de las cosas terrenas.
   El cristiano tiene que trabajar para que en este mundo triunfe la justicia. Pero sobre todo debe ayudar a que los hombres aprendan a vivir con auténtico amor a los demás.
   * Los desafíos son muchos: los crecientes desajustes entre los pueblos y los grupos sociales dentro del mismo pue­blo, los insistentes atentados a la paz por el terrorismo, la guerra o la delin­cuencia organizada, la explotación y engaño de las personas por la propa­ganda comercial o política manipuladora, la intencionada incultura en que se mantiene a grandes grupos hu­manos, la organización de la sociedad en función de los intereses económicos de grandes grupos internacionales. Estos hechos, entre otros, constituyen algunos de los "pecados estructurales" que hoy se oponen al mensaje del Evangelio.
   Los cristianos tienen que volver insistentemente sus ojos hacia el mensaje de Jesús para iluminar la vida del mundo con llamadas a la fraternidad y a la solidaridad.
   De nada vale hablar de libertad, de democracia, de dignidad, de progreso, de paz, de mil cosas más, si en la práctica se vive de espaldas a la justicia y a la caridad. Hacer que florezcan estos dos grandes fundamentos de la moral de Jesús es uno de los desafíos gigantes de nuestros días. La caridad lleva a los hombres a abrir el corazón a todos los hombres. La justicia reclama que esa apertura es un deber imperioso en todas las situaciones.

   6. Catequesis y pluralismo

   La educación moral es básica en una buena catequesis de inspiración evangélica. Exige recta formación en los crite­rios y hábitos de aplicación a cada situación concreta.
   Pero es decisivo enseñar a discernir, entre las muchas opciones que se pre­sentan, la que mejor lleva a los hombres a comportarse en clave evangélica desde los primeros años desde la vida.
   La gran variedad de reclamos morales que existen en los tiempos actuales exige una atención delicada en los educadores de la fe cristiana a todas las edades. Pero, sobre todo cuando se trata de educar los valores morales de las personas jóvenes, que se hallan hoy solicitadas por multitud de sistemas y actitudes morales, es importante enseñar a regirse por las normas del Evangelio.
   Esto requiere elegir con valentía y claridad. Ello no es posible si no se forma en la libertad y se ilumina la mente con principios sólidos.
   La conciencia del joven cristiano debe saber situarse entre las diversas alternativas cuando se tratan de planteamientos generales: justicia, libertad, paz, solidaridad, responsabilidad, etc.
   Pero no menos importante es enseñar a juzgar en clave de evangelio cuando se trata de temas más comprometedores para la propia vida: consumo, violencia, elección profesional, sexualidad, aborto, capacidad de entrega.
   La buena orientación moral debe apoyarse en criterios luminosos como los siguientes:
   1. Sólo se consigue una buena orientación moral si se conoce la diversidad de alternativas posibles y que un joven actual descubre en sus estudios, en sus diversiones, en sus lecturas. El que no conoce las diversas posibilidades puede obedecer, pero no puede elegir.
   2. Supuestos los conocimientos, es preciso lograr claridad de criterios vitales, lo que significa elecciones libres y progresivamente integradas en la propia vida. Sólo quien ha vivido hechos o elecciones responsables puede considerarse educado religiosamente según el Evangelio
    3. No se debe olvidar por parte de los educadores que la buena educación moral nunca puede ser impositiva, sino propositiva, al estilo del mensaje cristiano que es anuncio de buena noticia y no dialéctica que busca proselitismo.
   Hay que saber respetar las opciones personales, aunque sean equivocadas. Y es preciso abrir los caminos para la rectificación cuando el caso llegue, sin alarmarse por los errores que proceden de inexperiencia o de audacia.
   4. La buena educación moral no puede separarse del todo de las creencias religiosas. Lo que se cree es lo que se convierte en norma de vida a la larga.
   La cultura moderna es plural por su propia naturaleza. Por eso hay que preparar a los jóvenes para el pluralismo, incluso dentro del espíritu cristiano. Las posturas monovalentes suelen producir situacio­nes agresivas en la conciencia. Por eso, en los aspectos éticos, el edu­cador debe moverse dentro de un abanico flexible que no llegue a extremos integristas y fanáticos por una parte y al relativismo o pragmatismo total por la otra. Su estilo educativo debe hacerse compatible sin agresividad con interpretaciones diversas de los problemas morales (entre el rigorismo moderado hasta el liberalismo no exagerado).
   En moral es peligroso en los tiempos actuales de tolerancia y flexibilidad cultural adoptar posturas pedagógicas dogmáticas. En pocas cosas la verdad es absoluta y en los aspectos morales menos que en los dogmáticos.
   Y tratándose de cuestiones vitales para los jóvenes, como las relacionadas con la dependencia de la autoridad, con la vida sexual o con la convivencia en justicia, trabajo o caridad, se debe dog­matizar menos, por no decir nada, que en otros asuntos como el racismo, la violencia o los atentados a los derechos fundamentales de las personas.
   5. En el pluralismo que hoy se reclama en la educación moral de las perso­nas, es conveniente que el educador aprenda de la Historia y de la Geografía a vivir por encima de su tiempo y de su lugar de actuación, aunque nunca debe prescindir de sus coordenadas espaciotemporales.   La Historia le enseñará a entender que juicios morales contundentes en otros tiempos se han diluido con el tiempo hasta parecer hoy ridículos (ayunos, indulgencias, tributos, abstinencias)
   Y la visión geográfica de tantas culturas y actitudes culturales diversas que coexisten en la "aldea global del univer­so" le hará descubrir que las fuerzas vitales están por encima de los postula­dos éticos y que los idiomas éticos de los hombres son mucho más numerosos que las numerosísimas lenguas y dialectos con conectan a los hombres sobre la tierra.

                25 Libros anteriores al siglo XX sobre Sistemas Morales

      * Antiguos
       -  1. "La República". Platón (427-347).

          -  2. "Etica a Nicomaco". Aristóteles (384-322).
          -  3. "Carta a Meneceo". Epicuro de Samos (341-270).
          -  4. "Sobre la brevedad de la vida". Lucio A. Séneca (4.a C-65).
          -  5. "Las Eneadas". Plotino (205-270).
                       
      * Primitivos cristianos
           -  6. "El Pedagogo". S. Clemente de Alejandría (150-217).
           -  7. "Sobre la predicación apostólica". S. Ireneo (140-190).
           -  8. "De la Justicia". Tertuliano (160-222).
           -  9. "Del libre albedrío". S. Agustín (354-430).
          - 10. "De la consolación de la Filosofía". Boecio (480-524).
   
         * Medievales
           - 11. "La naturaleza de las cosas". San Beda el Venerable (672-735).
           - 12. "La Regla". San Benito de Nursia (480-570).
           - 13. "Didascalion". Hugo de S. Victor (1096-1141).
          - 14. "Itinerario de la mente hacia Dios". S. Buenaventura (1221-1274).
           - 15. "Suma contra Gentiles". Tomás de Aquino (1224-1274).

       * Humanistas y racionalistas

        - 16. "El Príncipe". Nicolás Maquiavelo (1469-1527).
         - 17. "Elogio de la Locura". Erasmo de Rotterdam (1467-1536).
         - 18. "Tratado del hombre". Renato Descartes (1596-1650).
        - 19. "Ensayos de Teodicea". Guillermo Leibniz (1646-1715).
        - 20. "Investigaciones sobre los principios de la moral". Hume. (1711-1776).
                       
       * Modernos
                      
        - 21. "Metafísica de las costumbres". Manuel Kant (1724-1804).
       - 22. "Líneas de la Filosofía del Derecho". Guillermo Hegel (1770-1831).
        - 23. "Principios de Sociología". Heriberto Spencer (1820-1903).
        - 24. "Curso de Filosofía Positiva". Augusto Comte (1789-1853).
         - 25. "Más allá del bien y del mal". Federico Nieztsche (1844-1900).